Alejandro Sanz y ‘El corazón partío’

(…) Ni tenía tiempo de morirse. Jorge sobrevivía con el corazón partío, a ritmo de doscientas pulsaciones por minuto en el teclado del ordenador, inmerso en la vorágine diaria de su oficio en el periódico y la emisora de radio.(…) (página 108).

(…)Campaba el compañerismo y se forjó la amistad de María con Jorge. Ella tarareaba la canción de Alejandro Sanz, muy popular, aquella del corazón partío. Y por ser quienes más horas pasaban en el periódico, afloró la gratitud:(…) (página 114)

Joan Manuel Serrat con Miguel Hernández, Neruda y Benedetti “(…) En aquella ensoñación, el alma del niño Jorge contempló a su amigo Miguelillo, en noche blanca de luna, recitando con el juglar Serrat, de oficio cantautor: “Menos tu vientre,/ todo es confuso./ Menos tu vientre,/ todo es futuro,/ fugaz, pasado/ baldío, turbio./ (...) Menos tu vientre/ claro y profundo.” Neruda y Benedetti aplaudían. Impresionado por el niñito poeta, el nano de Poble-Sec chupó un palo de regaliz… y prometió a Miguelillo: “Sé que deseas presentar tu poesía en Madrid. Pero algún día, ¡recuérdalo, chaval!, te llevaré a mi tierra… mi corazón ensalzará tus poemas… ¡y el mundo entero cantará tus versos!” En este sueño, Jorge también se vio a punto de nacer, dando volteretas dentro de Rosa. Y se deleitó con la guitarra del trovador catalán. ¡Qué divertido! En ese encierro idílico, ni sabía para qué necesitaba la boca y la nariz, dos ojos y orejas, manos, dedos… Se le agrandaba todo. La genética le sorprendió. ¿Qué ocurría? (…) (página 29)

Chopin y la ‘Marcha Fúnebre’ (…) –¡Qué gritos son esos! –alterada, Aurora interrumpió sus besos. Saltó de la cama y se acercó al balcón. Vio la tormenta, enfrente. Y vio avanzar al cortejo fúnebre con música de Chopin. Vestidos de negro, salvo su niño, pájaro a punto de volar hacia lo alto. Le traían al hijo ahogado por un golpe de mar, puñetazo de Poseidón furioso. Despavorida, soltó alaridos en el salón. Jorge nada comprendía en la habitación, ¡pues nada veía! Esperó explicaciones. Pero al contrario, enmudeció la voz de su amada. Y de repente, un griterío hiriente en la calle, le hizo saltar de la cama. Corrió descalzo hacia el salón. –¿Dónde estás, Aurora? –rogó Jorge, sin verla, nervioso. Jorge se fue hacia el ventanal. Miró, qué fatalidad: vio el cadáver sobre los adoquines, en medio del reguero de sangre. Fuera de sí, se lanzó escaleras abajo hacia la muerte, se arrodilló a su lado y la besó, igual que hizo ante el altar romano. Empapada su boca otra vez de rojo, -labios que la muerte besó de nuevo sin piedad-, Jorge lloró sin consuelo la pérdida de la carne: –¡He perdido a mi amada! ¡Por qué! ¿Por qué? –clamó enloquecido, en la desesperación. Pero de nada le sirvió el clamor. Porque el infierno sobrevive dentro de ti… y tu felicidad, tu Cielo, se halla siempre en peligro permanente. (…) (página 150-151)

Michael Jackson y el drama de las pateras en el Mediterráneo “(…) Como zombis que ni devuelven la mirada en el autobuses o el metro, sordos y ciegos, dieron por respuesta el silencio del pavor y la falta de respeto a los inmigrantes. Jamás entendieron la canción We Are The World (‘Somos el mundo’), de Jackson. Minutos después, Jorge oyó interferencias en la emisión de noticias que ofrecía Matías Prats por la radio, situada sobre un armario en el trabajo. Nadie se movió para sintonizarla. Jorge se acercó al aparato, sintonizó la emisora y subió el volumen. Había encallado una patera argelina en la costa torrevejense. Trece hombres, una embarazada y dos niños de cuatro años. ¡Ahogados! Diecisiete estómagos que buscaban comida.(…) (página 46)

Elvis, Woody Allen y Julio Iglesias, Whitney Houston y Jackson “(…)En la isla de Tabarca en fiestas, soltaban vaquillas por la tarde y había verbena desde el anochecer. Después de la cena, los niños músicos cruzaron la plaza llena de parejas que bailaban agarradas. La banda del clarinetista Woody y el genial Armstrong, con Machín de vocalista, interpretaba rancheras de Rocío Dúrcal y baladas de Julio Iglesias: “¡Siempre hay por qué vivir, por qué luchar;/ siempre hay por quién sufrir y a quién amar./ Al final, las obras quedan las gentes se van,/ otros que vienen las continuarán:/ La vida sigue igual./” El eco de una melodía gospel llevó en volandas a los músicos hasta la orilla de un mar de fantasía. Allí, cantaba una niñita negra con voz de ángel. La aplaudieron y se presentó: “¡Soy la hija de Ciccy Houston! ¡Despisté al guardaespaldas!” ¿Whitney Houston allí? La sonrisa de la luna convirtió la superficie marina en pista de baile. Igual que el haz luminoso le llamó con fluorescencia y así Jorge cruzó el umbral de la puerta, siendo un crío, allí en la playa la estela selenita le invitaba a ponerse de pie y caminar sobre las olas. El más pequeñín del grupo, Miguel, movió las rodillas como Elvis y se deslizó suavemente. Bailando en el agua sobre la alfombra lunar, de repente la piel morena se le tornó blanca. Parecía Michael Jackson. En las olas, esa noche en Tabarca, competían Poseidón y Neptuno sobre delfines blancos. La vela de un yate fondeado en una cala de la isla parecía el magnífico hotel Burj Al Arab de Dubai, visto a la luz de la luna. Jorge elevó la vista y contempló la bóveda celeste. Estrellas preciosas. ¡Siete faros en la Osa Mayor! Miró la constelación mitológica y se enamoró para siempre del pestañeo de Mizar que le señalaba al Norte.(…) (página 59). Disfrutarás en los escenarios de cantantes e intérpretes de muchos estilos. Carlos Gardel y el tango ‘Esta noche de luna’ en el tranvía donde Gorka y Malena cruzan Bilbao, escucharás en la radio a Ana Belén y Víctor Manuel con ‘La Puerta de Alcalá’, a Serrat y Sabina, Chavela Vargas. Referencias sobre Pau Casals, Pavarotti, Plácido Domingo y Monserrat Caballé, Luis Miguel y Ricky Martin, Camarón y Paco de Lucía, Queen y Freddie Mercury, The Beatles… Elvis, Edith Piaf, Bob Marley, Bob Dylan y Leonard Cohen, Bi Bi King y Ella Fitzgerald e instrumentos musicales como el ukelele (islas Hawai), txistus y trikitixas en Bilbao y Donostia… Mikel Laboa y el himno vasco ‘Txoria txori’, El Kursaal en San Sebastián con Ainhoa Arteta, Gaby and company (Orihuela-Spain)… y el trío infantil Camilo Sesto, Francisco y Nino Bravo de Ayelo cantando villancicos a La Burreta en Alcoi-Alcoy (Alicante-Spain).

Plácido Domingo, Pavarotti y Monserrat Caballé. “(…) A eso de las cinco de la tarde, chorreándole el helado de chocolate por la boca, Maya abrió la puerta del toril y empitonó a Jorge: –Me traeré a mi amigo de Cuba. –Se metió en la boca dos cucharadas de mus negro y lanzó luego excusas y cornadas de Minotauro. ¿Para resarcirse de heridas por los engaños de otros hombres o para zanjar un dilema insoportable? A Jorge se le cayó el alma a los pies. Se esfumó el aroma de la canela que sorbía a traguitos. Con la sangre alterada, se acordó de Otelo interpretado por el tenor Plácido Domingo. Y de seguido sintió un pianísimo triste en dúo de Pavarotti y La Caballé. Pero elevó la mano hasta el costado izquierdo y tapó el pinchazo. A la vez, sacó el capote, con la maestría de Belmonte y de Curro Romero, y sesteó las embestidas de la fiera: –¿Qué ocurre conmigo entonces, Maya? (…) (Página 191)

John Lennon en dos pasajes de la novela. “(…)Así pues, Jorge puso un nuevo rumbo a su vida cuando subió al tren. Destino: Vitoria. En el convoy, viajaba en la creencia de disponer en la mili de tiempo para moldear su futuro. El tren descansó siete horas en Teruel. Con otro recluta, Jorge contempló La Torre del Salvador y la capilla sixtina del arte mudéjar en La Catedral. Un autobús les llevó a Albarracín. Le deslumbró la muralla. Jorge probó las migas y una trucha de la sierra. Deseó ver las pinturas rupestres del Pinar de Rodeno pero debían volver ya al tren. De regreso en la estación, escuchó una canción de John Lennon (“La vida es lo que sucede mientras estás ocupado haciendo otros planes…”) y juzgó su idea sobre el futuro y ante todo vivir. El verano y el calor se apagaban. Y se acortó la tarde y el viaje en vagón de tercera. (Página 78) “(…) Más de una vez después, Jorge ha recordado la frase de John Lennon (“La vida es lo que sucede mientras estás ocupado haciendo otros planes…”). Porque gracias al trabajo fijo, disponible desde entonces en Correos, se le estimuló una actitud independiente, así como el afán por el conocimiento de sí mismo y de las peculiaridades de la especie Sapiens. (Página 93)

Elton John y Leonard Cohen, música en el hospital. “(…) Miércoles. Por la tarde, los perros aullaban como locos en la huerta próxima al hospital. Olisquearon el temporal de mentiras que se avecinaba. Jorge acompañaba a su padre convaleciente en una habitación. Anochecía: se arrastraron las sombras por el naranjal semejándose al reptil. Ganaron terreno aliadas a la oscuridad. Mas la sabiduría de la luna, sutil, tomó de repente el relevo al sol para que prevaleciera la luz. Sonó el teléfono encima de la mesita. Miró la pantalla. ¡El número de Maya! Salió al pasillo donde sonaba una balada animosa de Elton John. Jorge sostenía el móvil con la mano derecha. Tenía la otra ocupada por la manzana que merendaba hacía unos segundos. –¿Cómo está tu padre? ¿Y tú? Los disfraces de pésima calidad se rasgan y dejan pronto entrever el contenido. Algo parecido le sucede a quien se tiñe y oculta las canas que ennoblecen el semblante de su experiencia. A Maya le encantaba la farándula. En la sala de espera del hospital, donde prosiguió la conversación telefónica, en la música de ambiente escuchó poesías cantadas por Leonard Cohen. Y observó por la ventana cómo los nubarrones cegaban un firmamento que vomitó en su cara, por suerte protegida por el cristal, un borbotón arcilloso que chorreó como sangre. Tras el exordio de interés aparente de Maya por la salud del padre de Jorge, más unas carantoñas telefónicas, ella se dirigió al grano, a lo que en verdad quería del amigo. Pero antes de quitarse la máscara, dio un rodeo en estrategia de Kubrick para el Atraco perfecto: (…) (Página 201)

‘My Way’ (‘A mi manera’) de Frank Sinatra. “(…) –Sigue en mi piso, Jorge. ¡Te amo a mi manera! –Quiso bailar Maya un tango: enroscar un pie al del amigo, encadenarlo con un gancho milonguero. Pero él evocó la libertad que sostenía el alma de Gardel en sus tangos... Eran las siete de la tarde. La miró a los ojos y recordó la célebre canción My Way (‘A mi manera’) de Frank Sinatra. Calló. En ese atardecer, sintió Jorge la libertad del sol cuando amanece. Se había prometido a sí mismo -“¡amarla!”- y respetó su promesa, sin reaccionar ante mentiras y miedos, en pos del amor y hasta donde supo su voluntad. La palabra que sale de la boca puede llevarte a lo inmortal. Nunca hables sólo por el arte de la elocuencia. Habla para cumplir la palabra y conservar el fuego sagrado de la única verdad. (…) (Página 204)

(Ver la sección Música en el Índice anexo al final de la novela)

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