Un trébol de cuatro hojas en tu vida.

“(…) Al poco rato, Jorge abandonó el rincón donde cae el chorro. Chorreaba el agua por sus hombros. Nervioso, resbaló en la escalinata de piedra pero se apoyó en un muro. A la altura del recodo, en el descenso, sintió caricias en la piel. Viento cálido del sur en la montaña alcoyana. Una ráfaga amiga le posó en el cuello un trébol de cuatro hojas. ¡Vaya suerte! –¡Regresas! ¿Qué tal tu estreno? –La sonrisa burlona de Maya frustró el deleite que sentía mi amigo. (…) (pág. 159)

El oasis y el faro de Iberdrola. “(…) ¡Milagrosa transformación de Bilbao! Gorka vio el faro de Iberdrola que le guió hacia la Bilbao nueva, frente a la histórica Universidad de Deusto. El humano convierte si quiere con tesón las cloacas en un oasis de luz y color. Y acabará con el hambre como el boticario de Atlanta elaboró el mágico tónico de burbujas con chispa, Coca Cola. Porque tú puedes transmutar tus diez billones de células y el cerebro, si cuidas la alimentación y aprendes del disfrute. Mujeres y hombres cambian y renacen cuando se dejan guiar por el conjuro que recibió el valiente Sapiens… ¡Aléjate siempre del miedo que encadena tu voluntad! (…) (pág. 319)

Rosas y espinas. “(…) Jorge sufrió en silencio. Y cual capitán que cede el timón del barco y de su vida a la bondad del oleaje, contó a su esposa lo que arredraba su corazón. Pero al ser sincero ignoró que el rosal posee espinas para proteger la belleza de sus pétalos. (…) (pág. 89)

Siete pétalos de lunes a domingo. “(…) Después de la vivencia del lunes con el perro simpático, la semana siguió deshojando sus siete pétalos caprichosos sobre el alma de nuestro amigo. Disfrutaba Jorge de sus paseos repartiendo cartas por Ibi y de todo cuanto aparecía en su camino. Si le preguntaban por el trabajo, de lunes a sábado, le gustaba decir siempre a todo el mundo: –¡Paseando, paseando! (…) (pág. 262)

Adelfas para el corazón y mangos. “(…) Después de la cena, y desde su último regreso de Cuba, ella acostumbraba a tomar cada tres días una infusión de adelfas, por carecer en Alcoy de mangos y besos tropicales, y así se elevaba su decaído tono cardiaco. (…) (pág. 210)

Flor de Jericó y pétalos en las calles de Bilbao. “(…) En viaje por el Cielo en la tierra, caminaban sobre baldosines de cuatro pétalos cuyo corazón se agrandaba por la lluvia, gota a gota, a cada paso que daba la pareja, como lo hace la flor de Jericó gracias al rocío madrugador. (…) (pág. 315) “(…)Gorka se adentró en una ciudad sembrada de pétalos, la popular baldosa bilbaína, que acaricia tus pies al caminar por las aceras. Sonaban pasacalles de txistus y trikitixas por Atxuri. Ese viernes, había banderas rojas y blancas en las puertas de los bares, en balcones y en ventanas. ¿Por qué? Preguntó a una niña vestida con camiseta rojiblanca. Había fútbol por la noche en San Mamés: el Athletic contra su eterno rival La Real. (…) (pág. 317)

Cerezos en el Valle del Jerte. “(…) –Vivo en esta callejuela. –Giró la esquina y dejó a mano derecha la puerta del restaurante Miren Itziar. Gorka caminaba a su lado–. ¡Hemos llegado! Aquí: en el bajo. Pocos peldaños. Espero que te guste mi estudio: pequeño y acogedor. Ya ante el edificio, sacó la llave y abrió la puerta. Subieron diecisiete escalones. Abrió el bolso y apareció un manojo de pétalos. Metió un pétalo verde en la cerradura y se abrió el hogar. Encendió la luz. Sin perder un segundo, Malena cerró el portón y lo dejó atrás: borraba así el pasado triste. Con Gorka, Malena acunó la mente en el respeto, compartieron palabras y sentimientos: comunicación. En el estudio del barrio de Atxuri, despertó la curiosidad de Gorka una figurita de alabastro de la Virgen de Peñas Albas, patrona de un pueblecito en el bellísimo Valle del Jerte. Con cuidado, el invitado cogió la imagen de la estantería de los libros y la acarició. Gorka se imaginó paseando de la mano de Malena en el valle blanco de cerezos en flor en la primavera del Jerte. Nada preguntó sobre la figurita, por discreción. (…) (pág. 316)

¿Por qué el alma y el girasol buscan la luz? “(…) Atraído el espíritu del niño por el resplandor, o a la vez impulsado el cuello por un recuerdo, la cabeza le giró a la izquierda. ¿Por qué el alma y el girasol buscan la luz? Entonces, el cerebro ordenó a las piernas ponerse de pie e ipso facto caminaron en dirección a la puerta, situada al fondo del pasillo, acercándose al haz dibujado por la luz sobre el polvillo en suspensión, a modo de pizarra de aire. La precocidad de jugar y descubrir, innata en la infancia, provocó a los dedos de Jorge que se alargaron a por el regalo que flotaba en la nada. Deseaba aquel rayo apetitoso. ¡Tocarlo! ¡Cogerlo ya! (Página 9-10)

Olivo milenario en L’Alquería d’Asnar (Cocentaina-Spain), El Salt en la Sierra de Mariola y el nudismo (Alcoi-Alcoy). “(…) –¡Feliz día! Yo soy Jorge. –Lo sé todo. ¡Sé que es tu primer nudismo! –Sonrió para tranquilizarlo. Maya tardó en bajar por depilarse las cejas. Menos le importaba el vello de las piernas, bajo la ropa. Aunque por el nudismo, se las depiló como nunca. En un corto viaje en coche, un minuto tras dejar atrás El Collao histórico, de tardes gloriosas del Alcoyano CF en Primera, avistaron el vergel. Justo ahí las ruedas del coche saltaron del asfalto a la tierra. En la radio del turismo, cantaban a dúo Luis Miguel y Gloria Estefan. Pegaron el coche a un olivo milenario, como el olivo de la casita amable de Lucía y Jordi en L’Alqueria d’Asnar. ¡Amanecer precioso! El trío entró a pie por el sendero de la sierra recortada a filo de navaja. Tajada limpia y roja, sobre la roca caliza, que asemeja el corte vertical y alargado en un jamón. El descenso discurrió a paso divertido para Jorge. Escondida entre los dedos de su pie izquierdo, en la sandalia saltando de dedo en dedo, una piedrecilla aviesa se empeñó en acompañarle en la aventura nudista. (…) (Página 156)

Olmo bimilenario en Milleneta, tomillo y lavanda en la Sierra de Mariola (Alicante-Spain). “(…) Soplaba una brisa agradable, cargada de recuerdos que subían lentamente por la ladera. Le llamaba a descansar a su lado. –¡Es ella! Oído esto, mosqueada más, la chata narizota de Maya se agitó, preocupada por la posible competencia de otra fémina desnuda. Y ya a punto de sacar los pies del tiesto, por celos infundados, fisgoneó: –¿Qué otra mujer ahí aquí? ¡Yo ninguna veo! ¿Y tú, Ángeles, ves alguna otra mujer? –Hablo de la sombra que me acarició en un sueño –aclaró Jorge. –¿Una sombra? ¡Qué más da si todo es mentira! –Maya gesticuló, incrédula. –La sombra del árbol que acarició mi pecho en un sueño esta madrugada. –¡Qué me dices! –Apiñó lo ojos con mayor perplejidad. –Al despertar, vi en mi mente ese árbol y la sombra… –contó Jorge el sueño– una premonición que me recuerda el olmo de Milleneta, bimilenario. Sábado en la Sierra de Mariola. Silencio. Olía a tomillo y a lavanda silvestre azulísima. “(…) (Página 157)

Agua de azahar en el prostíbulo. “(…) Jorge se vistió y se calzó. Maya se enfundó sus vestiduras negras. Pero apareció con cara de pocos amigos. –¡Qué prisa tienes! –Jorge le pidió calma–. ¿Y los gamusinos? –¡Volvamos a mi casa! (Otro desliz: se le escapó el posesivo -“mi casa”- en la presunta clase de desapego a lo material). –Maya lo miró con ojos de serpiente cobra–. ¡De esto, ni palabra! –mosqueada, quiso atar los cabos de su moralina hipócrita. –¡Maya, haz lo que quieras! ¡Si lo deseas: quédate! Te espero en la calle. Ni agua de azahar hubiese calmado aquel ego emborrachado. Maya nada sabía del equilibrio. –¡Cállate! –le conminó, ansiosa por cambiar de tema, camino del pasillo. Un carcamal calvo y de bigote imberbe, con un colgajo negro y asqueroso entre dos muslos esqueléticos -ejemplar para el estudio de la Paleontología-, la olisqueó de arriba abajo como el perro a la perra en celo. (Página 220)

Huerfana de ajonjolí habanero y dulce sésamo.“(…) En esta sociedad de desengaños, Maya se complacía al ritmo de la salsa como la adolescente en su primer beso furtivo. Era esa mujer madura el vivo retrato de quien careció de la primorosa etapa juvenil, la adolescencia, tal vez por las imposiciones de una madre de pueblo y de la más rancia beatería. En definitiva, ella y sus circunstancias configuraban su vida actual, como enunció Ortega y Gasset con filosofía. Gracias a los deseos, henchida de placer, Maya se había precipitado en las manos de un joven a quien doblaba en edad. ¿Felicidad es saltar de la euforia cantarina a llorar a moco tendido? Juntos bajo la manta en el sofá, Maya apoyó la cabeza en el hombro de Jorge y rompió en lágrimas de sufrimiento. Le faltaba aire en la atmósfera húmeda: ¡Se ahogaba en su océano de tristeza! ¿La risa y el llanto son fármacos que socorren en el vivir inconsciente? En su otoño de mujer, hojas caídas, en Alcoy huérfana de ajonjolí habanero, de haberse mantenido Maya en la sensatez, nunca hubiese terminado como una náufraga ante el espejismo del dulce sésamo: –Es el hombre que más felicidad me ha dado… ¡y el más guapo! Jorge se marchó del salón, dos minutos, y regresó con un vaso de agua fresca. Antes de beber, ofreció un trago a su compañera. Pero ella lo rechazó. –¿Felicidad… aun a costa de la veracidad, Maya? –¡Gozo, él me da siempre! –Le entró ahí un hipo nervioso, repentino, y empezó a defenderse, nerviosísima, como si su conciencia la estuviese sometiendo a juicio. –¡Aunque todo sea mentira! Toma, bebe agua… y se te quitará el hipo. –¡Ninguna sed tengo! Lo quiero a mi lado. Siento correr su sangre por mis venas. ¡Comprendes lo que siento! –suplicó, melancólica soleá andaluza, la aprobación de su placebo cubano. Jorge se levantó y salió del salón. Eran las tres de la madrugada. Tenía hambre. En la cocina, troceó la barra de pan y cortó un par de pinchos de tortilla de patata. Los calentó medio minuto en el microondas. De regresó ya en el salón, Jorge vio que el televisor seguía apagado y ciego. Traía las manos ocupadas por los platos pero tendió uno a la compañera de piso. –Imagino lo que siente tu piel. ¿Pero te importa lo que él sienta por ti? El tenedor en la tortilla de Maya lanzó a Jorge una mirada amenazante. –¡Me importa sólo lo mío! –Se destapó por fin en el sofá, al echar a un lado la manta que tapaba sus mentiras. Y le dio una tiritona repentina. (Page 207)

La palmera levantina en el ‘Big bang ilicitano’ (Elche). “(…) En los palmerales espigados, mi amigo se siente acogido en un oasis Tuareg. La palmera levantina que otea la marina, en la poesía del oriolano valiente, también hipnotizó a el alma del niño Jorge. “Alto soy de mirar a las palmeras (…)” –escribió Miguel Hernández, en su cuaderno de versos, mientras apacentaba al rebaño de cabras y a su fiel imaginación por el palmeral de San Antón. Nuestro compañero Jorge quiere subir, en esta vida, tan alto como el poeta subió en la palmera Veracidad. ¿Sabíais que los palmereros las bautizan con diferentes nombres? Jorge saludó en su infancia a las palmeras, cuando cabalgó en la bici por la selva de la huerta. Agarrado a la mano de su padre, aprendió a dar pedaladas, a seguir adelante y mantenerse en el equilibrio. –Si subo a una palmera… toco el sol –propuso un día a Pedro. –¿Cómo, hijo? ¿Crees que puedes hacerlo? –¡Mira! De esa palmera salto a la otra más alta… y de allí doy un salto a aquella nube. –Dibujó Jorge saltos en el aire, con el dedo índice derecho. –¡Saltas a una nube de gas! ¿Dónde te sujetarás allí, hijo? –¡De nube en nube, subo y subo hasta el sol! –De pie, afirmó convencido. –Igual que hiciste en la escalera de la sala. –¡Sí, de peldaño en peldaño, papá. Así! –Movió las rodillas. En la adolescencia, aprendió entre palmeras, en el bosque árabe de Elche. Con el risueño primo Agatángelo correteó por los huertos. Jugó al fútbol en el once del equipo de Safo y marcó goles en el patio del colegio salesiano. Cañete, El Lute y El Peru aplaudían. Los dátiles son testigos de su puntería. (…) (Página 63)

(Ver las sección PLantas y Animales en el Índice anexo al final de la novela)

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